miércoles, 17 de octubre de 2012


UNA VIDA SIN DERROTA
 
 
Por: Dr. Emmanuel García Moreno
 
Hebreos 10: 26, 27
 
“Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.”
 
Dentro del trato que Cristo está teniendo en mí, por la acción de su Espíritu en mi interior; está la enseñanza de cómo recibir su ayuda y guía, en la manera en que El quiere edificar mi vida.
 
He podido aprender de la urgente necesidad que existe en el Cuerpo de Cristo, de ser enseñados en el ministerio de la restauración. Para el creyente que ha caído en su caminar con Cristo, le resulta sumamente difícil ponerse de pie, sacudirse el polvo y continuar avanzando, y, más cuando ha sido un miembro del liderazgo en la iglesia.
 
En esta porción del libro a los Hebreos, escrito a los hermanos judíos que habían creído que Jesús es el Cristo, el Mesías de Israel, lo cual atrajo hacia sí una atroz persecución; el escritor, les anima y exhorta a mantenerse firmes en la fe y en el Camino que habían elegido.
 
Muchos de estos hermanos estaban abandonando las filas del Evangelio, para volverse al Judaísmo que los perseguía por herejes y apóstatas de la fe de Moisés. Ellos estaban decidiendo entre mantenerse en el Camino de Cristo y ser perseguidos o volverse a la religión de Moisés y encontrar descanso.
 
Estos hermanos no estaban en pecado, pero estaban siendo llevados a dejar el camino de Cristo y volverse atrás, a la religión sin vida.
 
Es en esta situación de riesgo a la apostasía a causa de la implacable persecución que sufrían; que la Palabra de exhortación es enviada a los hermanos salidos del Judaísmo.
 
Los judíos entendían bien el tema de los sacrificios que se ofrecían continuamente por los pecados, por eso el escritor les menciona lo de los sacrificios continuos por el pecado; que por ser continuos hablaban de la ineficacia de ellos.
 
Pero venido Cristo y dado su vida en expiación, un solo sacrifico bastó para quitar de en medio de una vez y para siempre el pecado, que impedía acercarse al Trono de la Gracia.
 
En el contexto del pasaje, también se habla de la necesidad de que los hermanos nos consideremos unos a otros, nos animemos igual; y, más cuando la Venida de Cristo está cerca. Es una enseñanza sobre la importancia de alentarnos mutuamente, en la perseverancia en Cristo.
 
Este pasaje se utiliza mucho para enseñar sobre los hermanos que han caído en pecado y el peligro que se cierne sobre ellos, por haber pisoteado la sangre de Cristo. Pero el pasaje más apropiado para conocer cuál es el trato de Dios con los que han caído en pecado, es el de la parábola del Hijo pródigo. Esta porción es más apropiada para aquellos que están a punto de caer en la apostasía, para evitar la persecución.
En la iglesia del Señor hay hermanos muy fieles y damos gracias al Señor por ellos, porque son pilares y columnas en la Casa del Padre, sirviendo de testimonio a las nuevas generaciones de creyentes.
 
Pero también hay  hermanos a quienes Satanás pide para zarandearlos como cañas al viento. Cuando esto sucede, a los caídos les cuesta un mundo volver a levantarse. Y cuando logran al fin levantarse y tratar de caminar de nuevo; su lucha interior es intensa. Los pensamientos de dudas y confusión hacen presa de su vida y lo hacen pasar por un período muy crítico, que de no ser ayudados; podrán caer nuevamente, con todo lo que conlleva el poder levantarse otra vez.
 
Es en este proceso de restauración en que los hermanos en Cristo juegan un papel importantísimo en el proceso de restauración. El pierniquebrado puede encontrar misericordia y amor entre sus hermanos o, falta de misericordia, y, hasta rechazo por parte de algunos.
 
Gracias al Señor por aquellos hermanos que sus vidas son un canal del amor de Dios para sus hermanos que están en ese proceso de restauración. El que ha caído y está en ese proceso, recibirá la confirmación del amor de Cristo, a través  del amor expresado por sus hermanos en Cristo.
 
Suficiente lucha interior tiene que enfrentar un hermano en Cristo que ha caído, porque Satanás pidió para zarandearlo, para que además, tenga que enfrentarse a la falta de misericordia de aquellos que se han mantenido fieles. Hay que agradecer al Señor por los hermanos fieles que a través de los años han perseverado sin salirse del Camino, a pesar de las duras pruebas que han tenido que soportar.
 
Pero hay hermanos a quienes Satanás pide para zarandearlos como cañas al viento.
 
Uno de los casos más notorios de cómo Dios permitió que un hijo suyo fuese sacudido por Satanás, fue el caso de Pedro.
 
Pedro estaba muy lleno de jactancia y seguridad en sí mismo en cuanto a su fidelidad al Señor. Llegado el momento en que Cristo fue apresado y llevado a las autoridades, y, ante el peligro que conllevaba ser identificado como un seguidor de Jesús; Pedro lo negó tres veces. A cada uno de nosotros nos llega la hora del gallo.
 Pedro lloró amargamente, haber negado a su Señor. Cuando Jesús resucita, tiene el cuidado de confirmarlo en el ministerio al cual había sido llamado. Tres veces lo negó Pedro; tres veces lo confirmó el Señor. Pedro necesitaba ser confirmado sin lugar a dudas. Y la confirmación de Pedro fue en el amor a Cristo. “Me amas Pedro más que estos? La respuesta siempre fue Tú sabes que te amo.
 
El amor de Dios en nosotros es el que nos hace levantarnos de la situación de fracaso o derrota en la que hayamos caído. Cuando yacemos postrados por el pecado que nos asedió y alcanzó, sacándonos del Camino y llevándonos al pozo cenagoso; lo que nos da fuerzas para levantarnos es el amor de Cristo en nuestros corazones.
 
Cuando el cuerpo de Cristo, la iglesia, sabe expresar ese amor hacia sus hermanos derribados en el servicio a Dios, el Cuerpo se enriquece, porque uno que se había perdido, ha sido encontrado y vuelto al redil.
 
El Señor mismo deja a las ovejas fieles del redil, para ir tras la descarriada.
 
Pero en el redil hay ovejas muy fieles que no soltaron las manos del arado, que no abandonaron la Casa del Padre, como lo enseña la parábola del hijo pródigo, que al ver el proceso de restauración de su hermano; no se alegra, sino que su corazón se llena de reproches y rechazo a esa restauración tan festejada. Para el hermano fiel de esta parábola; a su hermano no había que hacerle fiesta y regalos; era él quien se merecía todo ese jolgorio y derroche de fiesta.
 
Para este hermano fiel, la restauración de su hermano, saca a flote lo que hay en lo profundo de su corazón: falta de misericordia. El espera realmente que a su hermano se le de ropaje y trato de esclavo, no de hijo. Y, pasado un período de tiempo; tal vez se le pueda vestir con la dignidad de hijo. Solo tal vez….y eso si ha dado muestras evidentes ante sus ojos de arrepentimiento.
 
 Lo que el Padre piense no es importante; más importante es lo que él piensa; de cómo deben ser las cosas. Para él el Padre es demasiado bueno y amoroso…..incluso hasta permisivo…porque si no lo trata con dureza, segurito volverá a estar con los puercos porque no aprendió la lección.
 
El hijo pródigo debe entender que en cuanto está con vida y Cristo no ha regresado, tiene oportunidad de regresar a Casa, en donde le espera el anillo, la ropa de hijo y el Banquete de la Restauración.
 
La ofrenda de Cristo fue hecha una vez y para siempre. Al participar nosotros en su crucifixión, “con Cristo estoy juntamente crucificado”; participamos de su muerte. Nuestro cuerpo de pecado ya no vive. Ahora vivimos para Cristo. Tenemos una nueva vida. Somos nuevas criaturas en Cristo. Sobre nosotros no hay condenación. Somos libres del pecado.
 
Satanás después de zarandearnos, quiere hacernos quedar en el suelo; al contrario del Padre y de Cristo, quien quiere levantarnos y llevarnos al redil y hacernos fiesta.
 
El que ha caído tiene que luchar contra los pensamientos de derrota, fracaso, infidelidad, menosprecio, culpa, etc. Pero esto no proviene del Padre, no proviene de Cristo. Los pensamientos de Dios para el caído son: “caerá el justo siete veces; y, siete veces lo levantaré”
 
Ante Dios, el Justo puede caer; pero de todas sus caídas El lo levantará. Somos la niña de sus ojos. Estamos esculpidos en el hueco de sus manos. Somos su especial tesoro. Somos su pueblo adquirido. SOMOS SUS HIJOS.
 
Así como Job fue zarandeado por Satanás, bajo pedido, para eliminar toda jactancia de su corazón, así también seremos nosotros sometidos al duro trato de quedar postrados por el ataque despiadado del adversario, cuando con permiso del Señor, sacuda nuestras vidas. El Señor quiere llevarnos al derramamiento de lágrimas de tristeza por nuestra jactancia, que fue la que nos llevó a la prueba de nuestra fe.
 
Cuando uno que cree estar firme cae, es a causa de la jactancia que hay en su corazón. Uno no la ve pero Dios sí. Es una jactancia que solo sale con la humillación. Cuando somos zarandeados, descubrimos que somos nada sin la ayuda del Señor.
 
Como el Señor nos ama y tiene que arrancar esa jactancia del corazón a causa del orgullo que está agazapado en nuestro interior y no lo hemos visto; entonces permite el vapuleo terrible de Satanás sobre nosotros.
 
Al llevarnos a esa sensación y estado de pérdida total, es cuando empezamos a experimentar el suave silbido de la Voz del Señor que ha venido a levantarnos y a poner nuestros pies sobre peña y hacernos andar en sus Alturas, como las águilas que vuelan alegres impulsadas y sostenidas por el viento recio de las Alturas.
 
Es allá donde el Señor nos quiere. Experimentando la Fuerza de su Espíritu que nos sostiene y nos eleva a las Alturas y nos mueve hacia donde el quiere. Es ahí donde escuchamos su dulce Voz que nos dice “Vuela hijo mío…porque has sido llamado a emprender vuelo como las águilas… tú eres del Cielo; no de la tierra… Alza tu voz y deja oir tu canto paloma mía”
 
“Vuela….. vuela… no pares… sube a mi Presencia en donde te daré los tesoros muy guardados…donde saciaré tu alma…. Ven al abrigo del Altísimo, que mora en la Alturas…este es tu lugar, no el fango de la tierra”  
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.

Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,
sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.

El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.

¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?

Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.

¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!

Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos;
por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante.

Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos.
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón;
porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
1
Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma.

Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.”

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