jueves, 25 de octubre de 2012


CRUCIFICADO JUNTAMENTE CON CRISTO

 

Por: Dr. Emmanuel García Moreno

 

Ro.12:1,2

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.


No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” 

 

En el día de hoy volvemos sobre el texto compartido pocos días atrás, haciendo un énfasis diferente al de la vez pasada.

 

Es un tema sumamente difícil de explicar y aún de digerir, pero con la ayuda del Espíritu, trataremos de avanzar. No porque el Espíritu tenga dificultades para guiarnos; sino, que nosotros, principalmente yo, somos un poco lentos para entender las cosas del Espíritu.

 

Se nos hace difícil, porque todos nuestros sentidos están desarrollados en el ejercicio de asimilar las cosas terrenales y no nos sirven para discernir los asuntos espirituales. Por ello, podemos ser personas que hayamos acumulado y potenciado nuestra sabiduría humana, pero esto de nada nos sirve para comprender y entender la vida cristiana o la vida en Cristo.

 

Pidamos sabiduría divina para recibir esta Palabra hoy, esperando ser edificados en ella. Pido sabiduría en especial para mí, porque aún me queda muchísimo por aprender de este pasaje y lo que es más importante, vivir esta Palabra.

 

Por lo cual pido paciencia y tolerancia en todo lo que he de compartir. Esperando en el Señor que si alguno de Uds. tiene alguna luz sobre estas porciones, por favor hacerla llegar a nosotros a través de un comentario que nos edifique a todos.

 

 

Esta Verdad revelada por el apóstol Pablo es básica para el éxito de la vida cristiana. En ella está encerrada la llave del andar en el Espíritu, que debe ser la meta de cada uno de los que creemos en Cristo y le hemos abierto la puerta de nuestro corazón, para que viva y reine en nuestras vidas.

 

,”Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo”…

 

El énfasis de hoy está en presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo. Procuremos juntos entender el alcance de esta rogativa del apóstol.

 

Primero recordar que el apóstol Pablo era un judío extremadamente religioso; y, como judío religioso, conocía y valoraba mucho los sacrificios que se hacían en el Templo en Jerusalén, enmarcados en el cumplimiento de la ley dada por Dios al pueblo, por intermedio de Moisés.

 

Notaremos en la consideración y análisis de estos pasajes pertinentes al tema “cuerpo en sacrificio vivo”, que él hace mucha referencia a la Ley de Moisés.

 

También es bueno notar en la carta a los romanos, por lo menos en este segmento, que él escribe como para una audiencia que conoce sobre el asunto de la Ley de Moisés. Es como si estuviese escribiendo a judíos que comprenden la Ley y viven o vivían sometidos a ella.

 

Ahora bien, el llamado del apóstol es que debemos presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo a Dios.

 

Notemos que dice cuerpo. No dice alma y espíritu, que son parte de la unidad del hombre. En otras porciones de la Escritura, el mismo apóstol hace referencia a la trinidad del hombre. Ejemplo, lo que dice en 1Ts.5:22,23:

 

Absteneos de toda especie de mal.


Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”

 

En este pasaje hace referencia al alma y al espíritu del creyente que son parte juntamente con el cuerpo, de todo el ser que debe ser guardado irreprensible para el día de nuestro encuentro con El.

 

En lo personal, me llama mucho la atención esta diferenciación que hace el apóstol de dejar de lado el alma y el espíritu en el llamado a presentar a Dios un sacrificio vivo como creyentes.

 

El apóstol entendía bien el concepto de presentar sacrificios a Dios. En el Templo de Jerusalén, único lugar sobre la tierra, en donde se podía traerle ofrendas y sacrificios al Dios Altísimo, diariamente se sacrificaban animales señalados de acuerdo a la ley, para rendirle culto a Dios. No podían ser animales cualesquiera. Eran animales bien definidos por la Ley.
 

 

Cuando el apóstol habla de presentarle a Dios nuestros cuerpos en sacrificio vivo, tiene en mente los sacrificios presentados en el Templo. Porque todos estos sacrificios eran tipos de Cristo. Todos y cada uno de los sacrificios y las ofrendas, señalaban a Cristo, la ofrenda y el  sacrificio perfecto, santo, bueno y agradable a Dios.

 

Ahora bien, ¿Por qué el llamado a presentar el cuerpo solamente en sacrificio?

 

La Biblia me enseña que el espíritu del hombre puede contaminarse y debemos guardarnos de ello, según 2Co.7:1; sin embargo, solo se nos llama a sacrificar el cuerpo.

 

Puedo entender, y eso hago en lo personal, que en el cuerpo reside todo el poder del pecado y de la muerte en nosotros. El cuerpo está viciado conforme está establecido en Efesios 4:22-24

En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente,
y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”

Dice el apóstol en esta oportunidad, que el viejo hombre está viciado conforme a los deseos engañosos.

Si bien no dice “el cuerpo está viciado”, puedo entender que cuando se refiere al viejo hombre, se refiere a todo mí ser, que antes de venir a los pies de Cristo, vivía en la satisfacción de sus deseos. La única parte de todo mi ser en el cual viven los deseos engañosos, es mi cuerpo. Ahí están atrincherados los apetitos carnales que me hacen ir hacia la satisfacción de los mismos.

 

El hombre viejo era prisionero de su cuerpo carnal, prisionero de todos los deseos engañosos que residen y se manifiestan a través del pecado. El cuerpo es como la sucursal del pecado. El cuerpo es pues, el poder del pecado. A través del cuerpo, el pecado me alcanza.

 

Pablo apóstol conocía y combatía contra su cuerpo, trataba de subyugarlo para que le obedeciera; pero una y otra vez fracasó en su intento. Hasta que encontró la fórmula: hay que sacrificarlo.

 

Pablo entendía que el cuerpo puede ser subyugado por un tiempo, puede domesticársele por un rato, pero su naturaleza pecaminosa, volverá a manifestarse, acabando con cualquier éxito que hayamos alcanzado en domesticarlo. El cuerpo es indomable. Está irremediablemente perdido. Solo sirve para el sacrificio.

 

Esto nos pasa a menudo a los creyentes. Recibimos una visitación de Dios por el mover del Espíritu, y nos llenamos de motivos santos delante del Señor. Le hacemos votos de consagración y llorando le decimos que nos dedicaremos a vivir una vida santa y agradable a El. Pasados unos días, y a veces horas, estamos haciendo lo mismo de antes, cosas que habíamos decidido no volverlas a hacer.

 

Esto produce frustración una y otra vez, hasta que nos vamos acostumbrando a ello y establecemos un paradigma: “la vida de consagración absoluta es una utopía, es algo inalcanzable para nosotros.”

 

Esto es totalmente falso; pero muchos vivimos por años bajo esta premisa falsa. Vamos arrastrando una vida cristiana llena de derrotas, con altos y bajos frustrantes, que nos hacen perder el gozo y caer en la religiosidad.

 

No comprendemos que el hombre natural no puede vivir la vida espiritual.

 

¡Sí!

 

El hombre natural debe morir en nosotros para poder darle paso al hombre espiritual.

 

 

Ro.6:5-8;10-14

“Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.”

 

Aquí está el secreto de la vida victoriosa en Cristo. Entender y aceptar que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo.

 

Esto es un acto de fe. Cuando aceptamos a Cristo como Señor, creyendo en el corazón que es el Hijo de Dios y confesándolo con nuestra boca; estamos desatando el poder del evangelio sobre nuestras vidas. Por la fe, que es poder de Dios, confesamos que Cristo es Señor. Por esa misma fe, confesamos que nuestro viejo hombre está crucificado juntamente con Cristo en la cruz y la vida de Cristo se va manifestando en nosotros.

 

Por muchos años viví en una lucha a muerte, de manera agotadora, con los deseos de mi cuerpo. Hace poco tuve el entendimiento de esta verdad y empecé a sujetar a mi cuerpo carnal con las palabras de mi boca y llevarlo a la cruz del calvario.

 

Lo primero que hago al iniciar el día en oración, si, porque inicio el día orando, es sujetar a mi cuerpo y llevarlo a la cruz como un sacrificio juntamente con Cristo.

 

El sacrificio de Cristo fue hecho no en el altar de bronce del Templo en Jerusalén. Su sacrificio fue a las afueras de la ciudad, en la cruz. Su sacrificio fue aceptado por Dios en los cielos y fue declarado un sacrificio de olor grato para Dios. En su cuerpo terrenal, Cristo cargó con todo el pecado de la humanidad; o sea, que el lugar donde debe estar el pecado de nosotros en la cruz.

 

El pecado, que vive en mi cuerpo, debe ser llevado a la cruz de Cristo, que es donde debe morir. Si yo no llevo mi cuerpo a la cruz, el pecado que vive en él me estará fastidiando durante todo el Camino cristiano.

 

Cuando llevamos nuestro cuerpo carnal a la cruz del calvario, reposamos de la lucha contra el pecado, que es demasiado poderoso para vencerlo con nuestra fuerza natural.

 

Cuando Jesús dijo en Mateo 11:

 

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”

 

Se estaba refiriendo a que esa carga y trabajo del pecado en nosotros, debíamos llevarla a El. Sí, porque el pecado causa una pesada carga en nuestras almas. Al llevar esta carga a Cristo, se la llevamos a la cruz, en donde el cargó con nuestros pecados.

 

Nuestra carga del pecado, Cristo no se la lleva al cielo en dónde Él está, tampoco la carga en nuestros corazones en donde ahora ha hecho habitación juntamente con el Padre. ¡No!

 

Cristo recibe esta carga nuestra es en la cruz del calvario, y ahí muere por el pecado que nos agobiaba. Y si El murió ya llevando esta carga del pecado de cada uno de nosotros; no tenemos por qué cargar nosotros con esa carga.

 

Por eso debemos llevar conscientemente, nuestro cuerpo de pecado a la cruz y crucificarlo juntamente con Cristo.

 

La cruz del calvario no es solo para llevarla colgada en nuestro pecho como un símbolo de que somos cristianos; debemos llevar nuestro cuerpo carnal y colgarlo en esa cruz de Cristo. La cruz no debe colgar en nuestro cuello; nosotros debemos colgar en la cruz juntamente con Cristo.

 

Por eso cada día, sujeto, confesando con mi boca, que mi cuerpo es clavado en la cruz con Cristo. Cuando se despierta algún deseo en mí, lo llevo de inmediato a la cruz, confesando con mi boca, creyendo en mi corazón, que he muerto con Cristo y mi cuerpo carnal debe estar colgado de la cruz.

 

…Y resulta…

Hoy, cuando se despierta cualquier apetito de mi carne, aunque sea un apetito normal y aceptable como lo es dormir un poco más, lo llevo a la cruz de Cristo y lo clavo ahí, para que no estorbe mi relación con Dios y me impida andar en victoria delante de El

 

Es lo que hago en oración. No continúo mi oración, hasta estar seguro por la fe, que mi cuerpo carnal está colgando en la cruz.

 

Esto es presentar mi cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable  a Dios, que es mi culto racional.

 

Se refiere a un culto racional. Perteneciente a la razón, al entendimiento al raciocinio, a la voluntad. No es un culto emocional o sentimental; es un culto racional.

 

Ahora que hago esto todos los día; experimento una libertad gloriosa. Ahora veo como el Espíritu de Dios me guía durante todo el día.

 

Si durante el día surge un pensamiento o deseo en mí, lo llevo de inmediato a la cruz y declaro “estás muerto”. Si surge alguna emoción o sentimiento viciado, de inmediato lo llevo a la cruz. Es como cazar zorras pequeñas.

 

Estoy cazando zorras pequeñas durante el día. Pero no lo hago solo, Cristo me acompaña a cazarlas y me río cuando aparece alguna y le digo a mi Señor: “Vea mi Cristo…otra zorrita….acompáñeme a cazarla…” al principio era todo el día en ello; ahora son pocas las que surgen.

 

Le doy un ejemplo.

 

En la ciudad de Panamá, para este tiempo es un fastidio conducir vehículos. Los tranques son descomunales. La construcción del Metro, sistema moderno de transporte público, tiene las vías hechas un desorden. El tráfico es sumamente pesado y los conductores desesperan y cometen imprudencias para tratar de ganar tiempo y espacio. En estas hazañas, alguien pierde tiempo y espacio.

 

A mí me desesperaba entrar en estos tranques. Me tornaba irritado todo el día. Una diligencia que en otro tiempo me costaba media hora, ahora debía invertir 2 horas o más. Entraba y salía malhumorado desde la misma casa, solo de pensar en esa aventura. Ahora la cosa es diferente.

 

Cuando entendí que el hombre viejo, el cuerpo carnal, debería ser presentado en sacrificio vivo a Dios, y en tiempo presente y continuo, no demoré en llevarlo a la cruz del calvario todos los días al empezar mis devocionales. Estoy experimentando la victoria por hacerlo. Ahora vivo la plenitud del Espíritu en mí y el cuerpo carnal ni se asoma, y cuando lo hace, de inmediato lo clavo en la cruz. Lo hago confesándolo en voz alta.

 

Es un acto de fe. Este es mi culto racional.

 

Pablo sigue desarrollando su pensamiento:

 

“Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.”

 

Por eso el pecado ya no tiene poder sobre mí, porque he muerto en mi cuerpo carnal. Morí para mi cuerpo viciado. Mi cuerpo era un adicto empedernidle. No tenía remedio, por eso su destino es la cruz.


Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él”

 

Esta es la mejor parte. Para poder participar de la vida de Cristo, primero debo participar de su muerte. Sin muerte no hay vida. Es la locura del evangelio.

 

Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive.
 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.”

 

En la sabiduría de Dios, manda crucificar a nuestro cuerpo, para que muera en la cruz juntamente con Cristo, y así poder vivir para Dios Padre en Cristo. Por ello ahora estoy en Cristo, viviendo para Dios y padre.

 

Recordemos que Dios quiere que la Vida de Cristo se manifieste en nosotros, para que podamos decir con propiedad: “Ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí”

 

Les comparto estas porciones que confirman lo compartido.


“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.


Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.”

 

Ro.7:4-6; 18-25

“Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.


Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte.


Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.”

 

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.


Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.


Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.


Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.


Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.

 

¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?


Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

 

Ro.8:1-17

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.


Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.


Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.


Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.


Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.


Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.


Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.


Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.


Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.


Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.


Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.


Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!


El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.


Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”

 

Es por este Espíritu que vivimos la vida en Cristo, la única aceptable al Padre.

 

A clavar al hombre viejo, esto a nuestro cuerpo de pecado en la cruz. A vivir la vida gloriosa del Espíritu.     

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